lunes, 30 de septiembre de 2013

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De frente al mar y con las piernas cruzadas sobre el taburete, Ulises observa como las llamas devoran los restos del barco que lo devolvió a su patria. Todos los recuerdos de esos veinte años se consumen en la pira. De frente al mar imagina su nuevo futuro.
Penélope es autoritaria, gobernó con mano firme y la regencia la cambió en lo básico, dejó de ser sumisa para convertirse en mariscal, lo hizo tan bien sin él que logró mantener el reino, de ella, fuera del alcance de los buitres. 
Veinte años de lejanía lo hicieron guerrero y marino y a pocos días del regreso, restaurado su poder y el matrimonio siente el escozor en las plantas de los pies, ese prurito que impele a caminar, a zarpar de nuevo, a vivir.
Aplacado el demonio de la venganza, el rencuentro nocturno fue hermoso, ya no recordaba los detalles del cuerpo de su esposa. En el nuevo, las curvas descienden presurosas hacia los íntimos pliegues que resuman humedad, los pechos heroicos, enhiestos y abundantes, la boca jugosa que brinda abrigo y lanza frases incomprensibles en el idioma de la pasión. Son veinte años de sueños y se reconocen como extraños, se arrinconan en la memoria para descubrir a estos amantes extranjeros que se han apoderado de sus nombres y de sus cuerpos.
¿Qué hacer con este sentimiento de pérdida que se acumula como las cenizas en el fondo de la hoguera? ¿Ya no saldrá al mar? ¿Caminará en tierra firme hasta el fin de sus días?
No podrá permanecer mucho tiempo aquí. Ítaca se vuelve, a pocos días del ansiado regreso, un lugar de destierro, un lugar donde yacer fuera del mundo, fuera de la vida, fuera de su ser.
Mañana, mañana partirá a otras tierras, a fundar la historia. Ulises el héroe.


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